Entre pálidos lienzos




Entre pálidos lienzos
de un tálamo aplastado por la ira,
se acobijan lágrimas furtivas
derramando en silencio
jirones de dolor
como harapos rojizos
por sangre oscura resecados.
Sólo queda, como pecio
arrojado entre crudas paredes
un cuerpo vejado,
masacrado a golpes
con la fusta del acero y de la envidia,
llevando en su seno
la herida que sabe imaginarlo
como un velo oscuro

1
que solapa su nombre y su presencia
y lo niega en la torpe humillación
del que es vencido.

Porque ignoras que tú, mujer,
eres vasija viva
de milenarios contenidos,
semilla y canto,
lucífera en la noche de los tiempos,
poderosa raíz de lo profundo,
soberana deidad de lo creado.

Que el alba regresa a tu mirada
y la luz celebra en tus cabellos
los fastos del beleño y la marisma,
que anudas a tu cuello
un racimo de sombras plateadas

2
cuando ofreces tu don a la inocencia
y extraes la dulzura del tilo en los otoños.

Que tú, mujer, que aceptas por miedo
el látigo feroz de la ignominia,
eres nobleza forjada en los trillos
de otra mujer que quiso concebirte
en el gozo de una noche de amor
majestuosa y bella,
y nombrarte sultana ante los hombres,
y cubrirte de seda perfumada.

Levanta, mujer, tu estirpe antigua,
despliega al sol tu voz ,tu canto,
señala sin miedo a la bestia
de lápida y bramido,
tus manos tejerán un tiempo libre,

3
volverás a mecerte entre la espuma
del mar que olvidaste en sus orillas,
y hallarás el hijo que te espera
envolviendo tu ausencia
en un copo de luz
cuando te llora.