Cuando entré en la tarde




Cuando entré en la tarde
me acerqué al limonero
conversamos bajo el viejo arco
y volví a la canción
que decía de besos escondidos.

Después,
la noche alcanzó la sombra nueva
veló la semilla iluminada
y entonces, ungidos de silencio,
enterramos la raíz de los recuerdos.

Entre pálidos lienzos




Entre pálidos lienzos
de un tálamo aplastado por la ira,
se acobijan lágrimas furtivas
derramando en silencio
jirones de dolor
como harapos rojizos
por sangre oscura resecados.
Sólo queda, como pecio
arrojado entre crudas paredes
un cuerpo vejado,
masacrado a golpes
con la fusta del acero y de la envidia,
llevando en su seno
la herida que sabe imaginarlo
como un velo oscuro

1
que solapa su nombre y su presencia
y lo niega en la torpe humillación
del que es vencido.

Porque ignoras que tú, mujer,
eres vasija viva
de milenarios contenidos,
semilla y canto,
lucífera en la noche de los tiempos,
poderosa raíz de lo profundo,
soberana deidad de lo creado.

Que el alba regresa a tu mirada
y la luz celebra en tus cabellos
los fastos del beleño y la marisma,
que anudas a tu cuello
un racimo de sombras plateadas

2
cuando ofreces tu don a la inocencia
y extraes la dulzura del tilo en los otoños.

Que tú, mujer, que aceptas por miedo
el látigo feroz de la ignominia,
eres nobleza forjada en los trillos
de otra mujer que quiso concebirte
en el gozo de una noche de amor
majestuosa y bella,
y nombrarte sultana ante los hombres,
y cubrirte de seda perfumada.

Levanta, mujer, tu estirpe antigua,
despliega al sol tu voz ,tu canto,
señala sin miedo a la bestia
de lápida y bramido,
tus manos tejerán un tiempo libre,

3
volverás a mecerte entre la espuma
del mar que olvidaste en sus orillas,
y hallarás el hijo que te espera
envolviendo tu ausencia
en un copo de luz
cuando te llora.
                                                        

Empápame



Empápame en el vino de tu boca,
que unte mi piel
en el atrio de la aurora
donde espero, ungida de deseo,
ya madura la parra
que puso en tu aliento
la uva dorada
nacida bajo el sol del estío
y la palmera,
tu labio desnudo
en codicia de ambrosías.


 1
Empápame en los zumos
de la tibia noche
que desnuda tu delirio,
atada como sierva
al tumulto del agua y de la llama,
esperando, cautiva,
el rumor de los pámpanos azules
subiendo ebrios
al espejo de tu cuerpo enfebrecido.


Empápame en la miel
que el rocío ha posado entre tus dedos
para hundirlos en mi lecho
desarbolado en el pozo
de los perfumes prohibidos.

2
Empápame de nuevo,
adviene ahora el arpa
rasgando el velo de la diosa,
cubriendo mi pelo con notas celestiales.
Lleva mi ofrenda hasta sus pies
envuelta en la pulpa de tu tacto,
en tu beso ardiendo en mi cintura.

Empápame,
empápame así.
Empápame.